jueves, 7 de enero de 2010

¿Feliz año nuevo?


Las Dentelladas

Por El Tiburón

            No hay quien pueda resistirse, mi estimado, al bombardeo, principalmente, de la televisión que desde octubre comienza a anunciarnos la llegada de la navidad con sus arbolitos cubiertos de esferas, de luces y estrellas; con sus bosques de pino y la nieve; con su Santa Claus panzón y risueño, con sus regalos, con la reunión de la familia que se encuentra regada por diversos pueblos y a veces por distintos estados de la república y en ocasiones, hasta por lejanos países. No hay quien se resista a sentir el calor de la navidad y del año nuevo. Y bajo el influjo de esta propaganda infernal de corazón dice usted ¡feliz navidad y próspero año nuevo, pelao! Aunque a la hora buena no haya nieve ni de limón, ni pinos, ni Santaclós (puro “sanchoclós”), ni regalos, ni la familia que permaneció regada por todos los puntos cardinales por falta de dinero y la cena que no pudo ir más allá de un pollo rostizado de 35 pesos.
            En estos días ¿con cuántos señores y señoras se encuentra usted que de corazón le dicen ¡feliz año, camarada de la hoz y el martillo!? Sin embargo, mis estimados amigos, a pesar de los buenos deseos, negros, negrísimos son los nubarrones que asoman por nuestro horizonte.
            En este momento, no sabemos si vamos a tener trabajo, si van a caminar las empresas, si van a tener para pagar los salarios, es más si van a necesitar la mano de obra que normalmente necesitaban, eso no lo sabemos, pero ya estamos seguros de lo que nos espera en relación con los aumentos en los precios de las mercancías, de los servicios y en el incremento de los impuestos.
            Ya estamos seguros de que el gobierno nos atoró con un IVA del 16 por ciento que estamos pagando ya desde el primer día del año 2010 en la compra de mercancías, excepto alimentos y medicinas, pero no se preocupe, dicen que los diputados ya nos tienen preparada la generalización del IVA. Que este año no nos les escapamos, dicen por ahí.
            Ya nos dijeron que tendremos que pagar incrementos en los impuestos a los cigarrillos, bebidas alcohólicas y las telecomunicaciones. Y no es sólo el efecto de la carestía de las cervezas y cigarros, sino el efecto paralizador de estas medidas en la economía, en la venta, industrialización y producción del tabaco y los granos y otros productos del campo que se usan para elaborar las bebidas alcohólicas y es que, a lo mejor usted no lo sabía pero, miles y miles de familias viven en varios estados de la república de la producción de tabaco y del resto de los cultivos que producen la materia prima de las bebidas alcohólicas como el agave, la cebada. Y otros miles trabajan en las plantas industriales que fabrican cigarrillos y las bebidas alcohólicas que nos “arrempujamos” cada vez que nuestras respectivas viejas nos lo permiten. ¿Sabe usted que van a generar esos aumentos en los precios de esos productos? Van a generar hambre en la mesa de los pobres. Es un golpe para los pobres, no para los ricos.
            No sabemos si vamos a tener chamba, pero ya sabemos que la gasolina magna, acaba de aumentar su precio en un 2.3 por ciento y Hacienda ya anunció que habrá más para el transcurso del año. El gas LP que usamos en las casas para cocinar subió a 9.31 por kilo y las tarifas eléctricas subirán 4 por ciento. Los más conservadores suponen que los alimentos subirán en este mes por lo menos un diez por ciento como resultado del alza en los impuestos y en el combustible.
            Tiene razón Rafael Cardona, un excelente colaborador de La Crónica, quien escribió en la edición del 3 de enero de 2010 un artículo titulado “Gobernar hacia adentro”, donde expone magistralmente que nuestra clase política es una cagada (bueno, no lo dice así, pero seguro que habría querido escribirlo). El señor Cardona explica que nuestra clase política y el gobierno que forman (sin importar el color del partido) sólo gobierna  para que ellos mismos, para que el gobierno siga funcionando, aunque el pueblo se hunda en la miseria. O sea que, ya después de las esferitas y buenos deseos estamos ante la cruda realidad: El asunto está cañón.