jueves, 7 de enero de 2010

La naturaleza no perdona


Las Dentelladas

Por El Tiburón

            La naturaleza no perdona, camaradas; así que, antes de dar un paso que pueda afectar el equilibrio ecológico de los lugares donde vivimos, debemos pensarlo muy bien. Si no me creen, vean el caso de Cancún, un destino privilegiado por los recursos naturales con que cuenta y por la enorme riqueza cultural, desarrollada desde hace años con millonarias inversiones, que lo rodea. Sin embargo algunos no sabían eso, que la naturaleza no perdona, hicieron obras que afectaron el equilibrio de las playas y en los últimos años han visto con horror que luego de que los mares se agitan por el paso de las tormentas o de los huracanes la hermosa arena blanca de sus playas desaparece y en su lugar queda sólo el lecho de roca caliza característica de la península de Yucatán.
            Cada año, de forma absolutamente natural, en la zonas tropicales suelen formarse depresiones que luego se convierten en tormentas y, en ocasiones en huracanes que así como inundan vastas zonas y golpean sobre todo las ciudades, riegan también enormes extensiones que son aprovechadas en la agricultura. A su paso dejan cosas malas y cosas buenas. Así ha ocurrido por siglos, con sus variantes y sus tendencias como la que han advertido algunos al notar la peligrosidad de esos meteoros conforme se deteriora el medio ambiente mundial.
            Sin embargo con el desarrollo hotelero, residencial y náutico que ha experimentado el estado de Quintana Roo, se ha afectado el equilibrio de la región de tal modo que ahora existe la amenaza de quedarse cada año sin arena en las playas. Los dueños del dinero  revueltos seguramente con los responsables de los excesos que ahí se cometieron creyeron que todo se podía resolver con billetes, así que le invirtieron, trajeron miles y miles de metros cúbicos de arena para recuperar las playas y lo lograron, pero en cuanto volvieron a presentarse las condiciones que de manera natural cada año se presentan, la arena volvió a desaparecer, ahora traen un pleito tremendo por que hay que invertir de nuevo y nadie sabe si podrán lograr que la arena se conserve en las playas de Cancún.
            Según dice El Sur del día de ayer, en el Programa de Rehabilitación de Playas se invierten “casi” mil millones de pesos, de esos le tocan poner al Ayuntamiento de Cancún 240 millones que se obtendrán mediante un préstamo de Banobras, pero el alcalde dice que no se va a endeudar si no hay garantía de que el mar no se va a llevar de nueva cuenta la arena, lo que parece, visto desde aquí, inevitable.
            Es algo similar a los efectos del espigón de Puerto Mío en la bahía de Zihuatanejo. Con la obra el mar se “tragó” una playa y ha causado daños graves al afectar la circulación de las corrientes marinas. Por cierto, quienes estuvieron involucrados en este asunto, las autoridades de entonces, todavía andan por ahí como si nada, junto con los que ofrecieron que, en cuanto se hicieran del poder, iban a sacar las piedras del espigón aunque fuera cargándolas en el lomo.
            Pero si se fijan bien, las obras malhechas traen consecuencias insospechadas. Recordarán ustedes que a los desarrollos de Playa Quieta les urgía sacar de ahí a los lanchas que hacen el viaje a La Isla y a toda la gente que utiliza esos servicios; embaucaron a los lancheros para que se pasaran a Playa Linda, construyeron un muelle que se azolvó, lo prolongaron, volvió a azolvarse y así hasta llegar al estado actual, pero en todo este proceso los ganones han sido los hoteles Qualton y Melía, los cuales ahora tienen una playa nada despreciable frente a sus instalaciones. Imagínense lo que habría pasado si el tiro les hubiera salido chueco y en lugar de acumular arena en esa parte les hubieran lanzado sobre esos hoteles el golpeteo permanente del mar. A esta hora estarían llorando y buscando culpables.
            Hay que tomar la lección de Cancún, así que, cada vez que se vaya a dar un paso que pueda afectar las condiciones del destino, hay que pensarlo dos veces por que la naturaleza no perdona.